Arundhati Roy, Caminando con los camaradas, 2010

En febrero de 2010, en silencio y sin previo aviso, Arundhati Roy decidió visitar los recintos vedados y prohibidos de los bosques de Dandakaranya, en la India central, hogar de una mezcla de tribus, muchas de las cuales han tomado las armas para proteger a su pueblo de los merodeadores y explotadores respaldados por el Estado. Registró con todo lujo de detalles el primer “encuentro” periodístico cara a cara con guerrilleros armados, sus familias y camaradas, para el que peinó los bosques durante semanas con riesgo personal.

1.

La sucinta nota escrita a máquina y deslizada por debajo de mi puerta en sobre sellado confirmó mi cita con la Amenaza más Grave a la Seguridad Interna de la India. Durante meses, había esperado su mensaje. Yo tenía que estar en el templo Ma Danteshwari en Dantewada, Chhattisgarh, en cualquiera de los cuatro tiempos dados en dos días determinados. Las opciones deberían cubrir cualquier caso de mal tiempo, ponchadura, bloqueo, huelga de transporte o pura mala suerte. La nota dijo: “La escritora debe llevar cámara, tika y coco. El contacto llevará gorra, revista india Outlook y plátanos. Contraseña: Namashkar Guruji.”

Namashkar Guruji [es una frase que se dice cuando se va a visitar un templo, Guruji es lo que una busca dentro de sí misma]. Me preguntaba si el contacto estaría esperando a un hombre. Y si yo debería conseguir un bigote.

2.

Hay muchas maneras de describir Dantewada. Es un oxímoron. Es un pueblo fronterizo justo en el corazón de la India. Es el epicentro de una guerra. Es un pueblo que está de cabeza, con lo de adentro hacia afuera.

En Dantewada, los policías usan ropa civil y los rebeldes usan uniforme. El director de la cárcel está en la cárcel. Los presos están en libertad (trescientos de ellos se fugaron de la vieja cárcel hace dos años). Las mujeres violadas están detenidas. Los violadores dan discursos en el mercado.

Al otro lado del Río Indravati, en la zona controlada por los maoístas, se encuentra el lugar llamado ‘Pakistan’ por la policía. Las aldeas están vacías, pero el bosque está lleno de gente. Los niños que deberían estar en la escuela corren libres. En las encantadoras aldeas del bosque, las escuelas de hormigón o han sido bombardeadas y reducidas a montones de escombros, o están llenas de policías. La guerra mortal que se desenvuelve en la selva le da orgullo al gobierno de la India y también le hace rehuir. El Operativo Cacería Verde ha sido proclamado y también denegado. P. Chidambaram, el Ministro de Interior de la India (y Director General de la guerra), dice que ésta no existe, que es una creación de los medios de comunicación. Sin embargo, se ha asignado una considerable cantidad de fondos y se están movilizando decenas de miles de tropas para ella. Aunque el teatro bélico está en las selvas de la India Central, la guerra tendrá graves consecuencias para todos nosotros.

Si los fantasmas son los espíritus que se quedan rezagados de alguien o algo que ya no existe, tal vez la nueva carretera de cuatro carriles que irrumpe en el bosque es lo opuesto de un fantasma. Tal vez sea el heraldo de lo que está por venir.

Los adversarios en el bosque son dispares y desiguales en casi todos los sentidos. Por un lado, hay una masiva fuerza paramilitar armada con el dinero, potencia de fuego, medios de comunicación y soberbia de una superpotencia emergente. Por otro lado, están los aldeanos ordinarios, armados con armas tradicionales y respaldados por una fuerza de combate de guerrilleros maoístas magníficamente organizada y altamente motivada, con una extraordinaria y violenta historia de rebelión armada. Los maoístas y los paramilitares son viejos adversarios, y han peleado contra sus avatares mayores respectivos anteriormente:

Telangana en los años ’50; West Bengal, Bihar, Srikakulam en Andhra Pradesh a finales de los ’60 y ’70; y de nuevo en Andhra Pradesh, Bihar y Maharashtra desde los ’80 hasta el presente. Conocen las tácticas de uno y de otro, y han estudiado cuidadosamente los manuales de combate de ambos. Cada vez, parecería que los maoístas (o sus previos avatares) no sólo habían sido derrotados, sino exterminados, literal y físicamente. Y cada vez, ellos han surgido de nuevo, mejor organizados, más resueltos y más influyentes que nunca. Hoy en día, la insurrección se ha extendido a través de los bosques ricos en minerales de los estados de Chhattisgarh, Jharkhand, Orissa y West Bengal — la patria para millones de la gente tribal de la India, y tierra de ensueño para el mundo corporativo.

Para la consciencia liberal, es menos doloroso creer que la guerra en los bosques es una guerra entre el gobierno de la India y los maoístas, quienes denuncian las elecciones como una farsa y el Parlamento como un chiquero, mientras declaran abiertamente su intención de derrocar el estado de la India. A los liberales les conviene olvidar que los pueblos tribales de la India Central tenían una historia de resistencia que precede a Mao por varios siglos. (Claro, ésta es una obviedad. Si no la tuvieran, no existirían.) Los pueblos ho, oraon, kol, santhal, munda y gond se han rebelado varias veces contra los británicos, y también contra los zamindars (latifundistas) y prestamistas. Las rebeliones fueron aplastadas con mucha crueldad y muchos miles fueron asesinados, pero los pueblos nunca fueron conquistados. Aún después de la Independencia, los pueblos tribales eran centrales en el primer levantamiento que se podría describir como maoísta, en la aldea de Naxalbari en Bengal Occidental (de donde viene la palabra ‘naxalita’, ahora un sinónimo para ‘maoísta’).

De ahí en adelante, la política naxalita ha sido inextricablemente entrelazada con las sublevaciones tribales, lo cual nos dice tanto sobre la gente tribal como nos dice sobre los naxalitas.

Este legado de rebelión ha dejado un pueblo furioso que ha sido intencionalmente aislado y marginalizado por el gobierno de la India. La Constitución, el fundamento moral de la democracia del país, fue aprobada por el Parlamento en 1950. Fue un día trágico para los pueblos tribales. La Constitución ratificó la política colonial y le dio al Estado la custodia de la las tierras tribales. De un día para otro, todos los de la población tribal fueron convertidos en ocupantes ilegales en sus propias tierras. Sus derechos tradicionales a los productos forestales fueron anulados y su modo de vivir criminalizado. A cambio del derecho al voto, se les arrebató su dignidad y su derecho a ganarse la vida.

Después de despojar a los pueblos tribales y obligarlos a sumergirse en una espiral descendente de indigencia, el gobierno, con un cruel truco de la mano, empezó a usar su propia miseria en su contra. Cada vez que necesitaba desplazar a una población grande – para construir presas, implementar proyectos de irrigación, o explotar las minas – habló de “integrar a los tribales en la sociedad establecida” o de regalarles “los frutos del desarrollo moderno”. De las decenas de millones de personas internamente desplazadas (más de 30 millones sólo por la construcción de las grandes presas), la gran mayoría de estos refugiados del ‘progreso’ de la India es gente tribal. Cuando el gobierno empieza a hablar del bienestar de la tribu, es hora de preocuparse.

La más reciente expresión de preocupación viene del ministro del interior P. Chidambaram, quien dice que no quiere que los pueblos tribales vivan en “las culturas de museo”. Su bienestar no parecía ser una alta prioridad durante su carrera como abogado corporativo, cuando representaba los intereses de varias importantes empresas mineras. Tal vez vale la pena indagar en los motivos de su nueva ansiedad.

Durante los últimos cinco años, más o menos, los gobiernos de Chhattisgarh, Jharkhand, Orissa y Bengal Occidental han firmado cientos de memorandos de entendimiento (MoUs, por sus siglas en inglés) con entidades corporativas que valen varios miles de millones de dólares, todos en secreto, para plantas siderúrgicas, fábricas de hierro esponja, plantas de energía eléctrica, refinerías de aluminio, presas y minas. Para que los memorandos se traduzcan en dinero real, hay que desalojar a los pueblos tribales.

De ahí viene la guerra.

Cuando un país que se define como democracia abiertamente declara la guerra dentro de sus fronteras ¿cómo se ve esta guerra? ¿La resistencia tiene una posibilidad de ganar? ¿Debe tenerla? ¿Quiénes son los maoístas? ¿Son simplemente nihilistas violentos que imponen una ideología caducada a un pueblo tribal y lo empujan hacia una insurrección inútil? ¿Cuáles son las lecciones tomadas de sus experiencias en el pasado? ¿La lucha armada es intrínsecamente antidemocrática? ¿Es acertada la teoría sándwich de que los tribales ordinarios están atrapados en el fuego cruzado entre el Estado y los maoístas? ¿Los “maoístas” y los “tribales” caen en dos categorías completamente distintas como se supone? ¿Hay convergencia de sus intereses? ¿Hay algo que haya aprendido el uno del otro? ¿Se han cambiado el uno al otro?

Arundhati Roy (nacida el 24 de noviembre de 1961) es una escritora india conocida sobre todo por su novela El dios de las pequeñas cosas (1997), que ganó el Premio Booker de ficción en 1997 y se convirtió en el libro más vendido de una autora india no expatriada. También es una activista política comprometida con los derechos humanos y el medio ambiente.

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