Queremos traer a estas páginas [Los amigos de Ludd. Boletin de information anti-industrial #5, mayo 2003] el comentario sobre un libro, La ética del hackery el espíritu de la era de la información [1], que en poco tiempo se convertirá en el justificante de una nueva generación de tecnoconvencidos que anuncian que las próximas décadas les pertenecen. Su autor, Pekka Himanen, es el nuevo hereje de esta ética basada en el trabajo cooperativo y apasionado, frente a la vieja ética protestante y católica basadas en el trabajo esclavo y en la mortificación con recompensas ultraterrenas.
La época actual, donde la irresponsabilidad es cada vez más premiada, permite que aparezcan doctrinas asombrosas elaboradas en los laboratorios insonorizados, universitarios o empresariales, de un mundo que por doquier se derrumba. Masas enteras de cerebros grises llegan para mostrarnos su radiante estilo de vida que todos deberíamos seguir, de no querer perder comba en la modernidad emancipadora. Así nos hemos podido enterar, ya hace algunos años, de la existencia de estos hackers que ahora dicen poseer toda una ética propia.
Huelga decir que la existencia de este pastiche del tal Himanen, no habría captado nuestra atención ni un instante, a no ser por el relativo interés que pueda tener en lo que, piadosamente, podríamos llamar los «medios radicales». El problema no es ya que el libro de Himanen sea un compendio de banalidades y exaltaciones estériles, el problema es que se haya podido soñar en algún momento en que este libro pueda estar relacionado con la perspectiva del pensamiento crítico. ¿De dónde surge este malentendido?
No emprenderemos aquí, de nuevo, una crítica pormenorizada de la sociedad tecnificada, cuya existencia es en el fondo el único argumento fáctico y la única fuerza con la que pueden imponerse las tesis de los hackers en algunos sectores de la sociedad. No obstante, vamos a señalar las grandes incongruencias que nos salen al paso en la lectura del libro de Himanen.
Lo que Pekka Himanen ha llamado ambiciosamente «ética del hacker», y el hecho de ambicionar esta ética autopropuesta tendría que ser un signo de sospecha, no es en realidad más que la salsa ideológica con la que los hackers quieren prestigiar su vida de neocreadores, neosabios e incluso neolíderes espirituales. Si estos individuos llegan a crear un verdadero movimiento masivo, y en ello están, habrán conseguido demostrar una vez más la inagotable elasticidad del sistema actual, donde la ambición técnica colectiva no choca necesariamente con la ambición económica privada, sino que ambas se complementan para extender la propaganda del progreso, y sus redes tecnológicas, a todos los rincones del planeta. Es un hecho conocido que entre los años ochenta y noventa se desarrollaron tecnologías que desbordaron los marcos tradicionales de apropiación capitalista de dichas tecnologías. La tecnología que canaliza la información, en una sociedad total de redes planetarias, ha superado los controles de las firmas privadas, la demanda técnica implica de tal modo a la sociedad que ahora se requiere una colaboración extensiva de todos y cada uno de los individuos: para poder mantener el control sobre todo lo que se sabe, es preciso que todo el mundo sepa algo acerca del mantenimiento del control. Así, la llamada «sociedad-red» es el orgullo democrático de las nuevas masas satisfechas de su colaboración en la informatización de los pueblos y naciones. Literalmente, todo el mundo participa, todo el mundo llega, nadie se queda atrás. Los invadidos son los invasores.
El ejemplo de la sociedad de redes de información es el ejemplo más flagrante de cómo la sociedad occidental lleva a cabo la planetarización de su modelo de vida. Por un lado, la guerra económica y la violencia del mercado, por otro lado, la propaganda de un mundo intercomunicado que a todos puede servir por igual. Y en medio de todo, una mitología futurista basada en el juego y el delirio colectivo que permiten que aparezcan los Ulises de la nueva odisea informática, estos hackers que se presentan como la élite aventurera de las generaciones venideras.
Cuando Himanen critica las éticas cristianas y protestantes del trabajo, pone ya las primeras piedras de su análisis fragmentario. Pretende presentar el trabajo hacker como una acción basada en la creación y el juego apasionante (más allá de las actividades productivas de supervivencia o de los vínculos sociales típicos del trabajo). Según Himanen, la actividad del hácker es juego, pero juego en su sentido más elevado.
Para Himanen, el hacker ha superado la supervivencia, que es sólo el capítulo vulgar que hay que atravesar rápidamente. Es normal que después de este primer planteamiento todo lo que venga sea completamente gratuito porque, en suma, la ética hacker tiene que tomar como naturalmente constituido el mundo material que le rodea. La vida hacker empieza justamente a partir de ahí: existe esta sociedad en bruto que, de alguna manera inexplicable, garantiza la supervivencia y el funcionamiento de todos los intercambios económicos que resultan tan vulgares para el hacker, siempre demasiado ocupado en los intercambios simbólicos y científicos como para ocuparse de tales nimiedades.
Por otro lado, el hacker conduce su actividad de una manera libre e incondicionada, es un poco como el bohemio del siglo XIX, mezclado con el pensador ocioso de la Atenas clásica, necesita libertad de acción y tiempo libre para organizarse a sus anchas.
Nos dice Himanen:
«Otro aspecto central en la peculiar manera de trabajar de los hackers es su relación con el tiempo. Linux, Internet y el ordenador personal no se desarrollaron en una oficina, de nueve de la mañana a cinco de la tarde. Cuando Torvalds programó sus primeras versiones de Linux, solía trabajar hasta la madrugada y se levantaba a primera hora de la tarde para continuar. A veces, dejaba de elaborar la codificación de Linux para dedicarse a jugar con el ordenador o hacer algo completamente distinto. Esta libre relación con el tiempo ha sido siempre típica de los hackers, personas que gustan de seguir su propio ritmo de vida.» (p.39)
Este tipo de exhibiciones son chirriantes. Nos recuerdan las actitudes de esos estudiantes becarios recién llegados al campus y que se dedican a la buena vida, mientras se asombran de los ritmos monótonos que sigue el resto de la sociedad de empleados. Es el tipo de afirmaciones que corresponden a los individuos premiados por esta sociedad, y que gozan de ciertos privilegios para moverse en su radio de acción, mientras desprecian los movimientos de sus vecinos, a los que observan como animales curiosos. Pero además, este Himanen, es tan hijo de esta época artificializada, que ya no tiene en cuenta los límites del mundo natural donde se debe asentar siempre la actividad humana, pues existe una necesidad energética y práctica incontestable en el mero hecho de trabajar con la luz del día. Se puede ver que el trabajo de los hackers está tan separado del mundo productivo, del que sin embargo dependen para dar el menor paso, que olvidaron que existe una naturaleza con ritmos que es necesario respetar para fundir con ellos la actividad de las sociedades humanas. Estas viejas verdades, humilladas bajo el peso de décadas de tecnificación, tendrán que salir a la luz cuando tal vez ya sea demasiado tarde.
Pero aparte de defender el modelo de vida hacker como estilo personal de nuevo cuño opuesto a las éticas del cristianismo y del protestantismo, Himanen presenta, digamos, otros tres pilares para la defensa del hackerismo. Estos pilares son su modelo de saber, de comunicación y de sociedad responsable.
En cuanto al primero, Himanen contempla la nueva «sociedad-red» o «academia-red» como una gigantesca comunidad científica abierta donde los paradigmas del conocimiento son construidos de formas cooperativa y anti-jerárquica. El discípulo no es un mero receptor pasivo de saberes, sino un sujeto activo implicado en la creación de estos. Pero Himanen cae en el error primario de otorgar a la tecnología una capacidad que nunca podrá tener: da por hecho el efecto benéfico de los medios tecnológicos en cuanto a la difusión y desarrollo de los saberes. En nuestra época, de hecho, sucede justamente que el incremento de dichos medios ha coincidido con la caída en picado de todos los saberes, desde el punto de vista de su apropiación real, y con el surgimiento de toda una capa social que en sustancia está despojada de la posibilidad misma de orientarse de forma autónoma en el mundo del saber. La confianza en el mero crecimiento técnico ha sido una de las causas del desmoronamiento de la confianza y la autonomía intelectual, y el pensamiento de los que hoy piensan ha perdido la viveza y la capacidad de cuestionamiento que tenía en otras épocas (el librito de Himanen es una prueba de ello). Se hablará, efectivamente, del gran desarrollo que han alcanzado hoy los conocimientos científicos, y de la gran cohesión entre las comunidades del saber, pero se olvida que detrás de ello, e incluso delante, está el poder industrial y financiero; mientras la ciencia se corrompe al servicio de la explotación generalizada, las tesis universitarias, los artículos y los informes repetitivos se amontonan en los bancos de datos, y ya no es posible encontrar una brizna de independencia intelectual entre todo el maremagnum de saberes y opiniones.
Himanen escribe:
«Huelga decir que la academia fue influyente mucho antes de que hubiera hackers informáticos. Por ejemplo, a partir del siglo XIX, toda la tecnología industrial (electricidad, teléfono, televisión, etc.) hubiera sido imposible sin el sostén de la teoría científica.» (p.93)
¡Aquí encontramos una muestra manifiesta de la inversión intelectual de nuestro tiempo! ¿Cómo no ver que todo lo que Himanen llama «teoría científica» no marchaba ya entonces detrás, como hoy sucede, de las aplicaciones tecnológicas e industriales que imponían a aquella sus ritmos y sus demandas? Pero Himanen continúa:
«La revolución industrial tardía marcó ya una transición hacia una sociedad que se sostenía en resultados científicos; los hackers nos advierten que, en la era de la información, más importante aún que los resultados científicos discretos es el modelo académico abierto que permite su creación.» (p. 93)
Lo que revela que, de existir esa academia abierta de la que habla Himanen, esto no es indicativo de ningún incremento de la independencia del saber sino del servilismo ahora extendido por todos los campus, laboratorios, despachos, simposios y revistas científicas del planeta. La «Academia-red» de Himanen es una torre de babel con una sola lengua impuesta en la que nadie puede disentir ni encontrar su espacio, y muchos investigadores lúcidos estarían dispuestos a reconocerlo, algunos ya lo hacen, si tuvieran la oportunidad de hacer oir su voz por encima del ruido de los corredores informáticos.
El modelo de saber hacker como construcción colectiva tiene que ser cuestionado desde la raíz porque, primero de todo, tenemos que preguntarnos cuál es el valor de uso social de lo que se produce en la red, y que lugar puede ocupar dentro de una sociedad que participe activamente en su propia emancipación. No basta, ni mucho menos, con liberar la información si no se hace un examen radical de los contenidos y fines de esa información; la utopía hacker podría estar diseñando todo un maravilloso mundo de intercambios inmateriales sobre la base de una sociedad aplastada por la explotación y el desastre ecológico (lo que es el caso).
Los argumentos que utiliza Himanen para defender el uso emancipado y colectivo de la red cobran toda su dimensión tergiversadora cuando aborda la cuestión del modelo de comunicación en una sociedad abierta. Es aquí donde Himanen esboza en pocas líneas el ideario del totalitarismo tecnológico del mundo libre en su marcha constante hacia el progreso. Se podría sintetizar
- La sociedad-red es la forma técnica evolucionada de la sociedad abierta y liberal creada hace más de dos siglos. Es decir, que la sociedad-red incorpora los valores de la defensa de los derechos del individuo y sus libertades civiles, para proporcionarles medios cada vez más perfeccionados con los que tales valores podrán extenderse y desarrollarse.
- La prueba más reciente de esta ampliación de las posibilidades técnicas del proceso de civilización es el papel jugado por las tecnologías de la información en el conflicto yugoslavo en 1999. Así Himanen puede escribir:
«Durante los ataques aéreos de la OTAN destinados a poner fin a las masacres, los medios de comunicación tradicionales de Yugoslavia estaban literalmente tomados por el gobierno.» (p. 109)
A través de la organización Witness, denunciadora de la violencia y de las agresiones, la tecnología sirvió de puente para desocultar la masacre y desatascar los conductos de la verdad. «Hacia el final de la guerra, la organización Witness entrenó a cuatro kosovares para que documentaran los abusos de los derechos humanos con registros de vídeo digital. El material visual fue luego transmitido al exterior mediante un ordenador portátil y teléfono satélite vía Internet. Posteriormente fue puesto a disposición del Tribunal Internacional de Crímenes de guerra» (ps. 112-13).
Detrás de estas palabras se vislumbran los gloriosos decorados del fin de la historia. En el mundo libre donde estos hackers encuentran su acomodo la verdad es un factor condicionado por la intervención sobre los conductos de la información. Y la verdad es todo lo que necesitamos para desenmascarar la maldad. La tecnología, para Himanen, es el medio objetivo para aumentar la transparencia de una sociedad que ya no tolera a crueles tiranos como Milosevic.
Pero para poder aceptar todo esto es necesario haber aceptado como buenos todos los valores de la sociedad del mercado planetario, y de sus estrategias de ocupación y desocupación de zonas habitadas. Es necesario haber abandonado toda intención de resistir a la mentira de los grupos poderosos que gestionan la paz, el orden y la pobreza según los caprichos de la economía política en curso. Es necesario haber descargado de toda responsabilidad a las masas de occidente, en su aceptación pasiva de un sistema de vida destructivo. Creer que la tecnología puede servir a un fin benéfico dentro de estas condiciones significa haberse identificado con la farsa humanitaria de todos los sistemas de esclavitud contemporánea, y con las mentiras de sus líderes electos.
Esto, en el fondo, no debe sorprendernos en la doctrina hacker. La insistencia de Himanen en la confidencialidad, la información y la privacidad son pruebas que delatan su ascendencia burguesa. Todo ello son valores que pertenecen a la sociedad liberal, y que nacieron como requisitos indispensables para la formación de la nueva economía de empresa.
La defensa de la privacidad, que obsesiona a Himanen, es el caballo de batalla de los hackers, que todavía están muy interesados en mantener la separación artificial burguesa entre los dominios de lo público y lo privado. Los fanáticos de la democracia formal están dispuestos a sacar el anatema del gulag tan pronto escuchan hablar sobre estas cuestiones. Como se sabe, la construcción del ámbito privado era uno de los pilares fundamentales de la burguesía capitalista para legitimar el nuevo pillaje basado en el individualismo y la competencia sin freno. Se trataba, en suma, de la famosa libertad negativa, base de todo el derecho liberal, es decir, libertad para no ser interferido sobre los asuntos propios. Nunca una mafia pudo proteger mejor sus negocios, cuando de hecho ostentaba ya el dominio fáctico sobre la casi totalidad de la riqueza. La fraseología parlamentaria, periodística, legalista, civilista, etc., son las formas ideológicas que las clases profesionales, comprometidas con dicha mafia, han adoptado para hacer creíble la farsa de una sociedad unida. De la misma manera, Himanen, como buen progresista, transfigura toda esta fraseología en una defensa de los derechos del individuo junto con el derecho a una información veraz.
Si la doctrina hacker, que combate la intromisión del Estado y las empresas en el ámbito privado, ha podido asimilarse a los movimientos de contrainformación tan caros a los medios izquierdistas, es justamente porque los mismos izquierdistas han adoptado gradualmente posiciones puramente reactivas ante el mundo de la información capitalizada por las grandes agencias y los grandes grupos. Si no se mantiene con firmeza la crítica unitaria de todo lo que produce el mundo de la mercancía, es fácil terminar por fetichizar los derechos formales que garantizan la permanencia funcional del individuo dentro del mundo de la mercancía [2].
El discurso de Himanen sobre la tecnología y la guerra encierra una aceptación del mundo cosificado por la acción técnica y la economía política. Al separar el mundo de la producción de su manifestación en los modos de vida y de la ideología técnica que pide más medios para reforzar su autarquía, es normal que Himanen sólo pueda analizar los medios técnicos parcialmente, viéndolos como instrumentos útiles para descabezar tiranos y no como lo que realmente son: la forma acabada en la que toda tiranía económica del presente necesita mostrarse, construyendo desde dentro afuera la vida dependiente donde la mercancía adquiere todo su sentido.
La utopía tecnoliberal de Himanen tiene que acabar, necesariamente, en un humanitarismo asis- tencial. Es lo que, sin ningún sonrojo, él llama la «preocupación responsable». Refiriéndose a algunos hackers bastante reconocidos, nos muestra el enorme grado de su compromiso social:
«Por ejemplo, Mitch Kapor apoya un programa de salud medioambiental a escala global destinado a eliminar los problemas de salud causados por las prácticas empresariales.»
«Sandy Lerner dejó Cisco Systems junto con Leo Bosack en 1990, y con los 170 millones de dólares de sus acciones puso en marcha una fundación contra el maltrato de animales.»
Esta filantropía informática es, sin duda, digna de encomio. Las ideas sobre la comunidad y la solidaridad de Himanen revelan demasiado pronto quien es este charlatán:
«Por ejemplo, puedo anunciar en Internet mi disponibilidad ocasional para echar una mano a una persona mayor en sus tareas domésticas. Puedo anunciar que ofrezco mi casa para que los niños vengan a jugar después de la escuela. Puedo decir que me encantaría sacar a pasear uno de los perros del vecindario los fines de semana. Quizá la efectividad de este modelo se podría reforzar añadiendo la condición de que la persona que recibiera ayuda se comprometiera también a ayudar a otras. Internet puede utilizarse como un medio para organizar recursos locales. De forma gradual, otros se sumarán a la realización de grandes ideas sociales, y ello generará otras aún más importantes. Se produciría un efecto de autoalimentación, como sucede con el modelo hacker en informática.» (p.100)
Este «modelo social» es el esbozo perfecto de una sociedad totalitaria formada por vecinos amables y sus segadoras de césped, conectados ahora por Internet en intercambio constante de pequeños servicios, mientras las megamáquinas militares de sus estados, de la mano de las grandes firmas, se dedican al saqueo del planeta y sus habitantes.
A menudo se nos dice que los hackers presentan un nuevo modelo de comunidad, donde se comparten saberes y herramientas, con espíritu cooperativista y desinteresado del dinero.
Desde nuestro punto de vista, los hackers son hijos de un mundo totalmente reificado por la tecnología y la mercancía. Este mundo ha cerrado todas las salidas a las maneras tradicionales de producir los medios de supervivencia. La llamada web constituye justamente la más fabulosa megamáquina jamás soñada, por cuanto aparece como la estructura intelectual superpuesta sobre el viejo y rudo mundo de la producción material, tan remoto ya para las generaciones actuales. La red, además, asegura la participación inteligente de millones de individuos que colaboran en su perfeccionamiento -a diferencia de las viejas megamáquinas, donde el diseño era reservado a las élites. La red es la conclusión final de doscientos años de modernización: es el sueño hipe- rindustrial de las clases profesionales, totalmente separadas de los medios de producción, urbanizadas, consumidoras y dedicadas a la gestión de la cultura que es hoy necesaria al mantenimiento de la dominación. Toda la esfera de la producción y de la eliminación de deshechos queda oculta detrás de esta fantástica megamáquina que parece flotar sobre la nada y que, aparentemente, es crecimiento intelectual y pasional en estado puro.
La crítica fugaz que hace Himanen de la «supervivencia» pone ya de manifiesto todo el modelo de vida inconsciente que proponen los hackers. Su espíritu lúdico, altruista y cooperativo son los guiños que pueden permitirse las minorías privilegiadas de la «era del acceso». Mientras tanto… ¿quién o qué asegurará el mantenimiento de todo el sistema?
El crecimiento de la ideología informacionalista coincide con el desarrollo pleno de la sociedad capitalista industrial, donde toda la base material queda asegurada por la producción técnica de mercancías, la destrucción de las economías locales y la proletarización intensificada de poblaciones enteras y de sus entornos. En suma, la ideología informacionalista pertenece a una casta privilegiada que cree ver superados los límites de la producción material, y todos sus problemas, a condición de colocar el planeta por debajo de los límites de supervivencia. El programa de la economía liberal, implementado por el desarrollo de los mercados basados en valores informáticos, y en su comercialización, no encontrará obstáculos importantes en estos técnicos, al estilo de Himanen, que sueñan con una red humanitaria de servicios y buenas obras.
La lucha que se da hoy en la red informática para mantener una «cooperación sin mando» es representativa de la aceptación que experimentan tantos individuos ante una sociedad que está por entero bajo el mando de la tecnología capitalista. Desde ese punto de vista las empresas no tienen sino que dejar fluir esta cooperación colectiva espontánea y aprovecharse de ella, bien mediante su capitalización parcial, lo que ya ocurre, o bien dejando que se desarrolle sin más, a sabiendas de que toda creación técnica no puede sino contribuir, a la larga, al crecimiento de las necesidades técnicas del sistema. Dentro de la red, sólo se pueden ampliar las dependencias de la sociedad-red, que sólo un demente indentificaría con la totalidad social y sus necesidades.
El ejemplo del gurú del software libre, Richard Stallman, es significativo de esta encerrona de la economía-red (net economy), donde se reclama una libertad anti-monopolística y anti-acapara- dora para la red a partir de un mundo donde sólo se expresa la mercancía y donde el mantenimiento de los soportes técnicos no es cuestionado jamás [3]. El libre acceso a los códigos fuente, la posibilidad de utilizar y modificar programas sin tener que pasar por los derechos de propiedad, la defensa de una construcción libre y cooperativa del software, los intercambios de saberes y herramientas sin ánimo de lucro, todas estas conmovedoras reivindicaciones expresan el drama colectivo de una generación acorralada entre su inteligencia pragmática y sus ilusiones tecnológicas, las únicas que han recibido como transmisión efectiva.
La obsesión de los hackers por eliminar los derechos de autor y de propiedad sobre programas, libros, obras estéticas, etc., es la obsesión productivista de los que están dispuestos a convivir para siempre con la inflación de informaciones mediatizadas y de saberes separados. Los hackers han podido creerse muy subversivos por atacar a la noción de autor, pero primero habría que preguntarse sobre el sentido y el valor de uso de lo que se crea y con qué fines sociales. No podemos creer que el software sea un simple intermediario entre la mente colectiva y sus realizaciones prácticas. El software se ha convertido en un medio en sí mismo que se reproduce sin medida, sin que nadie se pregunte ya por la naturaleza y la finalidad de la mediación técnica que implica [4].
En la medida en que la «ética hacker» no se interesa por el contenido de las necesidades sociales, la división del trabajo y la naturaleza totalitaria de la tecnología en el capitalismo [5], sólo puede ser una ética del nuevo espíritu parasitario que se agarra al mundo para vivir al máximo su momento, agotar más energías y destrozar más poblaciones. Al desentenderse, en un nivel práctico y cotidiano, de los rudimentos de la supervivencia colectiva, el hacker deviene un indolente hiperactivo. Al desentenderse de los problemas técnicos y del pillaje sobre las formas vivas del planeta, los hackers muestran una fe fanática en la artificialización, y su empresa sólo añade un eslabón más a la cadena de irresponsabilidades que ha puesto un cerco de destrucción a la sociedad humana.
Por todo ello, la identificación que a menudo se hace entre las luchas anti-propiedad en el software, y las luchas anti-patentes sobre las semillas y el resto de formas vivas orgánicas, sólo puede ser el efecto de una distorsión interesada. Las primeras pretenden ampararse bajo el manto de dignidad de las segundas [6]. En el primer caso, nos encontramos con una exigencia que da por buena la irreversibilidad de un mundo tecnificado al que no se deja de ofrecer colaboración, incluso de manera altruista y no lucrativa, mientras que la supervivencia privilegiada de estos colaboradores –los hackers – queda asegurada por la existencia de las estructuras técnicas antisociales y por la circulación exitosa de mercancías. En el segundo caso, nos encontramos con una lucha que combate la tecnificación forzosa, los privilegios, el mundo de la mercancía, la colaboración con el mando, y que propone la vuelta a esquemas tradicionales de aprovechamiento de la naturaleza en un marco colectivo. En el primer caso, nos encontramos con la comunidad-red levantada sobre la existencia, no criticada, de la «abundancia envenenada» de la sociedad del capital. En el segundo caso, el planteamiento de una comunidad donde todos se responsabilizan de una producción a escala humana, que no acepta firmar facturas con el futuro de una técnica cuyos efectos devastadores tendrán un coste que nadie podrá asumir. En el primer caso, vemos a los individuos hiperadaptados a todas las formas modernas de la separación. En el segundo, vemos a los que obstinadamente insisten en defender los últimos vestigios de un mundo de formas autónomas de producción. Sólo una esforzada pasión confusionista ha podido querer poner en común dos luchas que en sus motivaciones fundamentales son radicalmente opuestas [7].
Ninguna ética del trabajo liberado por las máquinas nos puede llevar a una moral de lucha a favor de una actividad humana liberada de las trabas de la devastación capitalista. En el sentido en que los hacker crecen gozosos en el aire acondicionado de la sociedad tecnificada, sólo pueden contribuir a destruir lo que queda de una realidad exterior a dicha sociedad.
Los amigos de Ludd
Los amigos de Ludd.
Boletin de information anti-industrial n°5,
mayo 2003.
[1] Ediciones Destino, Febrero 2002.
[2] Estamos de acuerdo con Milosz cuando escribe: «Lo que el hombre del Este denomina “inerte formalismo de la burguesía” proporciona, por otra parte, ciertas garantías de que un padre de familia volverá a casa para comer en vez de irse de viaje a una región donde prosperan los osos polares pero no los seres humanos.» Pero hoy la critica renace justamente detectando el poder totalitario en una modernización que es tanto heredera del socialismo científico como del capitalismo propio de las sociedades democráticas.
[3] Para confirmar, por otro lado, el punto de vista reaccionario de Stallman, se puede leer su deleznable artículo «¿Quién vigila a los vigilantes?» que publicó el tabloide, ya desaparecido, Desobediencia global a principios del año 2002.
[4] Cuando Stallman, a propósito de la libertad de patente intelectual sobre el software es interrogado: «– ¿No le parece que este sistema favorecería que los programas crecieran innecesariamente?» Stallman contesta: «– ¡Ah, claro! Eso es un pequeño efecto lateral comparado con los otros efectos de promoción de la libertad (…).» (extraído de Contrapoder n°6, verano 2002).
[5] Las coincidencias que se dan hoy entre izquierdistas y hackers dice mucho de la falta de un análisis riguroso de la tecnología por parte de los primeros.
[6] Ver el artículo de Stallman «¿Biopiratas o biocorsarios?» en Archipiélago n°55, donde de nuevo asistimos a esta identificación perniciosa.
[7] Es obvio que dentro de las luchas contra los organismos genéticamente modificados y otras sutilezas de la moderna industria, también existen tendencias que se aprovechan de estas luchas para reafirmar su adhesión ciudadana y reformista, y que conducen dichas luchas al callejón sin salida del trapicheo arribista. Pero eso no nos aleja de los presupuestos fundamentales que comparten otros grupos y tendencias, incluso si a veces estos presupuestos solo llegan a afirmarse de manera parcial.