Diccionario del desarrollo,
Una guía del conocimiento como poder
Nací en una cultura que continúa ej erciendo una influencia y un poder sobre el comportamiento, mayores que la que logra o logrará nunca la ciencia moderna. Si eso fuese adecuadamente entendido, entonces este obituario no parecería escandaloso ni insolente. Cada cultura impone a sus miembros respeto por ciertas entidades. La ciencia moderna no tiene lugar en nuestro panteón.
Lejos de eso. Desde este lado de Suez, en efecto, la ciencia moderna se asemeja a una marca importada de pasta dental. Contiene elaboradas promesas y mucha dulzura y atractivo. Puede usarse y es usada con frecuencia (muchas veces sin ton ni son); aún así, puede dispensarse de ella en cualquier momento, precisamente porque es aún, en gran medida, irrelevante para la vida.
La pasta dental se ha convertido en una mercancía universal significativa: para algunos, se ha transformado en una categoría mental. Desde hace décadas se ha hecho (con el cepillo de dientes) un accesorio esencial de la civilización moderna, disponible desde Managua hasta Manila. Aquellos que han simpatizado con la modernidad tienden a encontrar en cualquier ausencia de pasta dental (ya sea para si como para otros) una fuente de aguda ansiedad.
En nuestra sociedad, sin embargo, el momento en que no disponemos de pasta dental, retornamos a los palillos de neem o a las hojas de castaña o de mango o mixturas compuestas de gengibre, carbón y sal. Todos excelentes materiales, localmente disponibles y confiables para mantener la boca fresca y desinfectada y los dientes limpios.
Ahora la ciencia moderna es también una mercancía universal, también reconocible desde Managua hasta Manila, también aprobada por muchos, cuya devoción a sus dictados y su propagación es, más que menos, frecuentemente relacionada a su capacidad de proporcionar un salario elevado y, a menudo, además, poder, prestigio y un automóvil con chofer. Como el cepillo de dientes matinal, la ciencia es considerada una condición previa de una visión del mundo, nueva, incontaminada por percepciones ignorantes y esclavizadas. Por su parte, ofrece desalojar las muchas supersticiones incapacitantes de todos aquellos rincones ocultos del alma de una sociedad, para eliminar cualquier bacteria ofensiva, para producir una mundo limpio y ordenado. Más importante aún, promete un paraíso materialista para los marginalizados del mundo a través de sus poderes asombrosos, mágicos. Pero por una razón que no es difícil comprender, continúa también requiriendo un presupuesto de propaganda tan alto como el de la pasta dental. Hay algo en el producto más prestigioso de la modernidad que es realmente tan fofo que tiene que hacerse espectacular por copia sensacionalista y por una imaginación fértil.
Esta visión irreverente de la ciencia moderna no será cómoda para quienes han elegido permanecer prisioneros dentro de las percepciones hoy dominantes de la época. Pero para nosotros, es siempre el producto de otra cultura, una entidad reconocidamente foránea. Eventualmente llegamos a verla como un proyecto específico en época, étnico (occidental) y cultural (culturalmente momificado), que es una vertiente de conciencia políticamen-te dirigida, artificialmente inducida, que invade y distorsiona, y a menudo, intenta conquistar el panorama más amplio, más estable de las percepciones y la experiencia humanas. En un mundo que consiste de sociedades dominantes y dominadas, algunas culturas van a ser, necesariamente, consi-deradas más iguales que otras. Esta herencia de inequidad, inaugurada y afirmada durante el colonialismo, ha permanecido hasta hoy en gran medida intacta. De manera que los productos culturales de Occidente, incluyendo su ciencia, son capaces de reclamar primacía y validez universal sólo debido a su relación congénita (como veremos más adelante) con el trono político del poder global.
El colonialismo, sabemos, somete, socava, subordina y luego reemplaza lo que elimina con su propio ejemplar. Es natural esperar que la ciencia occidental, un asociado del poder colonial, funcionara de una forma no menos descarada y efectiva: extendiendo su hegemonía por intimidación, propaganda, catecismo y fuerza política. En efecto, tratándose de un producto cultural, era solo de esperarse que estaría asociado con las presiones (generalmente agresivas) de esa cultura. Intentaría extender su hegemonía a otras culturas a través de una clase de élite, a quien los comentaristas sociales hoy llaman «modernizadores», cuya característica distintiva, luego de un período de escolaridad en Oxbridge, es una alienación completa de la vida y cultura de su propio pueblo. Y fiel a sus orígenes, esta ciencia ha permaneci-do al servicio de la cultura occidental, hasta hoy, un componente crucial de la hegemonía histéricamente activa de Occidente.
Sin embargo, debido a estupendas e ignotas fuerzas internas, las culturas sobre las cuales la ciencia moderna buscó ser impuesta fueron capaces de prevenir su completa incorporación. Su incapacidad para cumplir sus promesas y su incompetencia general para tratar problemas específicos la han llevado también a su declinación. Una mirada global, hoy, de su real hegemonía, sería, en efecto, bastante deprimente para sus devotos. En muchas áreas del mundo no occidental ha sido reducida a la condición de mercancía (como la pasta dental) o instrumento (a comprarse con dinero). Su promesa de transformar el mundo en un paraíso materialista y de poner fin a la pobreza y la opresión ha perdido toda credibilidad. Existe, de hecho, evidencia para mostrar que ha logrado exactamente lo contrario. En lo que concierne a su ofrecimiento de una nueva visión metafísica del mundo para darnos una guía ética, ésta ha sido en gran parte rechazada. Dharma, conversación, comunidad, interacción con las entidades sagradas y sus símbolos asociados, son aún motores primarios en nuestras sociedades. Uno encuentra significativas deserciones del imperio de la ciencia aún en los mismos reductos de la cultura occidental.
De esta manera, el área geográfica de su influencia ha resultado ser mucho menor de lo que originalmente deseó o buscó. En comparación, otras ideas han dominado (y algunas veces trastornado) sociedades humanas por períodos mucho mayores. El budismo, por ejemplo, que como la ciencia occidental tiene su propia teoría de la causación, nació en suelo indio, desde el cual fue exportado a civilizaciones enteras. En sociedades como el Japón, ejerció influencia por siglos. Trastornó la mayoría de las sociedades asiáticas del Sur y Sudeste con sus nociones radicalmente novedosas de lo que una sociedad debería ser y de la relación entre el sangha y el estado. En comparación con el budismo, el imperio de la ciencia moderna es impresionante, pero menos penetrante. Bastaría solo recordar que el budismo, en contraste con la ciencia, no fue propagado e impuesto por la violencia.
La real autopercepción de la ciencia moderna como una actividad humana reconociblemente distinta no va más atrás de 200 años en la sociedad occidental. El mismo término ‘científico’ (utilizado como analogía de la palabra ‘artista’) fue primero sugerida por William Whewell recién en 1833 en una reunión de la Sociedad Británica para el Avance de la Ciencia. Fue solamente utilizada sin aversión por sus practicantes hacia el final del primer cuarto del presente siglo.
Esto no intenta negar que la ciudadanía del mundo sufrió grandemente de las tentaciones de la ciencia moderna. Lo hizo tanto como recientemente con las promesas del desarrollo. Pero así como uno encuentra ahora rutinariamente el ‘hedor del desarrollo’, uno también es llevado a conceder que tres siglos de ciencia han levantado su propio rastro de olores perturbadores. No es ninguna sorpresa, por tanto, descubrir que lo que se dice en obituarios sobre el desarrollo pueda también decirse sobre la ciencia moderna.
Ciencia y desarrollo: una relación congénita
¿Qué ha sido responsable de la enorme influencia de la ciencia sobre la imaginación de los hombres de nuestros tiempos? Un factor principal ha sido la íntima relación entre la ciencia y el desarrollo. No pueden ser entendidas en aislamiento una del otro, como los hacedores de política en la India expresaron claramente hace 30 años:
“La clave de ¡a prosperidad nacional, aparte del espíritu de ¡a gente, reside en la época moderna, en la combinación efectiva de tres factores, tecnología, materias primas, y capital, de las cuales la primera es quizás la más importante, ya que su creación y la adopción de nuevas técnicas científicas pueden en efecto contra-rrestar las deficiencias de recursos nacionales y reducir las demandas de capital.” [1]
En general, el desarrollo fue meramente el último asociado de la ciencia moderna en el ejercicio de su hegemonía política. Más antes, la ciencia se había relacionado con la ilustración y los reclamos milenaristas, antes de asociarse con el racismo, el sexismo, el imperialismo y el colonialismo, para luego establecerse con el desarrollo, una idea en la cual la mayoría de estas herencias tempranas están codificadas.
En efecto, si se reflexiona sobre los eventos de décadas recientes, se recuerda que el desarrollo y la ciencia han convivido a través del tiempo íntimamente ligados como caballo y carroza. El desarrollo nos era deseable a las sociedades no occidentales precisamente porque estaba asociado con la ciencia. Lo que teníamos antes del desarrollo, sea en la forma de naturaleza pura o subsistencia no occidental, no tenía, nos decían, la racionalidad, brillantez y eficiencia de la ciencia moderna. La gente, las sociedades, la naturaleza misma eran atrasadas en su ausencia. Los planificadores catalogaron zonas enteras de ‘atrasadas’ simplemente porque no tenían fábricas. (La fábrica ha permanecido hasta hoy un símbolo concreto de los nuevos procesos desarrollados por la ciencia.) El atraso debía sustituirse por el desarrollo, una forma presuntamente mejor de organizar al hombre y a la naturaleza basada en las ricas intuiciones de la ciencia actual.
La ciencia, a su vez, era deseada porque hacía posible el desarrollo. Si se desarrollaban sus capacidades asociadas, se podía tener desarrollo y riquezas ilimitados. La ciencia y el desarrollo reforzaban cada uno la necesidad del otro; cada uno legitimaba al otro en una forma circular que el vulgo expresaba de la manera siguiente: ‘yo te rasco la espalda, tú me rascas la mía’.
Si el desarrollo no hubiera tenido una relación especial con la ciencia, no habría habido necesidad de marginar la subsistencia ni de imponer el nuevo estilo de vida que proponía el desarrollo.
Sin embargo, la relación entre la ciencia moderna y el desarrollo era mucho más que meramente íntima: era congénita. Esta relación congénita puede rastrearse a la revolución industrial cuando se estableció por primera vez una relación entre la ciencia y la industria. Esto no debería sorprender demasiado al lector. Algunas de las principales leyes de la ciencia se originaron en la experiencia industrial. Por ejemplo, la Segunda Ley de la Termodinámica resultó de esfuerzos por mejorar el rendimiento de la máquina a vapor con vistas a hacer progresar la industria.
El científico indio C. V. Seshadri, en un artículo sobre ‘Desarrollo y Termodinámica’ ha proporcionado algunas claves originales al desarrollo histórico de esta relación entre industria y ciencia. Seshadri encontró que, en un examen profundo, la Segunda Ley de la Termodinámica era etnocéntrica. El sostenía que, debido a sus orígenes industriales, la Segunda Ley había sesgado consistentemente la definición de la energía en una forma calculada para favorecer la asignación de recursos solamente para los propósitos de la gran industria (como opuesta a la artesanía). En un artículo relacionado, escrito en colaboración con V. Balaji, Seshadri escribió:
“La ley de la entropía, sustentada por su autoridad, proporciona un criterio para la utilización de la energía disponible de varios recursos. Este criterio, conocido como el concepto de eficiencia, es un corolario a la ley de la entropía y se originó con la ley. El criterio de eficiencia estipula que la pérdida de energía disponible en una conversión se hace menor a medida que la temperatura a la cual la conversión es efectuada es más alta respecto a la del ambiente. En consecuencia, las temperaturas altas son de valor alto y de alto valor son de la misma manera los recursos como el petróleo, el carbón, etc. que pueden posibilitar la obtención de dichas temperaturas. En este sentido, la ley de la entropía proporciona una guía para la extracción y utilización de los recursos.” [2]
La eficiencia, percibida en estos términos, se convirtió en el criterio guía para juzgar a las tecnologías y al trabajo productivo. A la luz de la ciencia moderna, más eficiencia de este tipo era considerada sinónima de más desarrollo. No obstante, en realidad, este concepto central de la ciencia moderna está así fusionado con una forma particular de utilización de los recursos.
Una economía basada en este tipo de ciencia no sólo se dota de un criterio egoísta con el cual legitimarse, sino que asume de ese modo, que tiene una justificación para acaparar todos los recursos hasta entonces fuera de su dominio e intocados por la ciencia moderna. Así como la economía inventó la idea de escasez para ampliar su dominio, de la misma manera la ciencia asumió la idea de eficiencia termodinámica para desplazar a la competencia.
Sesgo contra la Naturaleza y la Artesanía
Como ha señalado Seshadri, tanto la naturaleza como el hombre no occidental han resultado perdedores cuando la definición termodinámica de eficiencia se convirtió en el criterio para el desarrollo. Ambos, por definición, se convirtieron en no desarrollados o subdesarrollados. Un monzón tropical, por ejemplo, que transporta millones de toneladas de agua a través de los trópicos se convirtió por definición en ineficiente porque hacía trabajo a temperatura ambiente (y no a altas temperaturas).
S. N. Nagarajan concuerda:
“Esto no está confinado al mundo orgánico. Aún la evaporación del agua que forma nubes y desaliniza no se hace a 100°C. La vida no podría haberse originado por un proceso similar a los que los científicos usan, a altas temperaturas. Los científicos son incompetentes para construir organizaciones superiores a bajas temperaturas. Las prácticas agrícolas en los trópicos se erigieron sobre este tipo de conocimiento. Los dos diferentes tipos de enfoque tienen diferentes criterios de eficiencia. En consecuencia los dos tienen una comprensión diferente del desarrollo.” [3]
Y añade:
“La manera de ser de la naturaleza es lenta, pacífica, no dañina, no explosiva, no destructiva, tanto para otros como para sí misma. Tómese por ejemplo, la producción de fibra por plantas y animales, comparada a las máquinas. El resultado final de los procesos de plantas y máquinas pueden parecer iguales: fibra y rayón. La máquina también produce una gran cantidad en un tiempo corto. Pero ¿a qué costo? Los costos son asumidos por las secciones más débiles ypor la naturaleza. La gente que está encadenada a la máquina (los trabajadores) es también consumida por ella.”
En efecto, todos los procesos o trabajo efectuados a temperaturas ambiente son descontadas bajo la soberanía de la ciencia moderna. Así los tribales, los trabajadores del bambú, las abejas y los gusanos de seda, procesan los recursos del bosque a temperaturas ambiente, y en consecuencia, sin los efectos colaterales contaminadores del calor residual y de los efluentes asociados con los grandes procesos industriales. Sin embargo, a los ojos del desarrollo, son sólo las unidades con insumo de alta energía para la producción de rayón y pulpa las que procesan realmente los recursos del bosque y contribuyen al crecimiento económico y a la producción.
Sin embargo la ciencia moderna insiste aún: “El criterio de eficiencia estipula que la pérdida de energía disponible en una conversión se hace más pequeña a medida que la temperatura a la que se efectúa la conversión es superior por encima de la del ambiente.” Por este medio trastorna y exorciza industrias y modos de vida enteros. Una última ilustración a partir de la producción de varios tipos de azúcar en la India puede redondear la argumentación.
La India produce diferentes formas de azúcar. Las más importantes son el azúcar blanca y el gur. De acuerdo con la opinión oficial, los procesos utilizados para la extracción y la producción de azúcar blanca son superiores a los que resultan en el gur. No sólo la eficiencia extractiva de los grandes molinos es superior, sino que el azúcar se almacena bien. Puede transportarse y acapararse y también ser objeto de abuso por razones de estado. Se reconoce la contaminación producida por los ingenios, pero se considera que es un precio pequeño que hay que pagar por los beneficios del progreso.
El gur, por otro lado, es fabricado principalmente en hornos abiertos, utilizando desechos agrícolas, madera o bagazo. La extracción del jugo de caña de azúcar no es tan alta como en el proceso industrial grande. El producto final tampoco se mantiene bien más allá de un cierto período. Sin embargo, no resulta ninguna polución del proceso de producción; ni la tierra ni la atmósfera son dañadas. Y, por supuesto, el acaparamiento y la especulación con el gur es menos fácil.
De una contabilidad simple de ambos procesos, parecería ser de interés público apoyar el reemplazo de la producción de gur por la de las modernos ingenios de producción de azúcar. El desarrollo es azúcar blanca. Y esto es lo que ha ocurrido en países como el nuestro en el período posindependiente. La política de créditos para los agricultores en la vecindad de los grandes ingenios azucareros estipula que si los agricultores acceden a préstamos de las instituciones financieras gubernamentales para cultivar caña de azúcar, están obligados a vender toda su caña sólo a los grandes ingenios. No pueden hacer gur con ella. Funcionarios especiales del gobierno, llamados Comisarios del Azúcar, efectivamente supervisan este desarrollo. De hecho, este autoritarismo del desarrollo ha sido sancionado por la Corte Suprema de la India. Un Comisario del Azúcar ordenó a un agricultor que depositara toda su caña de azúcar en un gran ingenio. Este se negó porque quería procesarlo como gur. La cuestión fue referida a la Corte Suprema. La Corte sancionó las órdenes del Comisario del Azúcar.
Una visión diferente emerge, sin embargo, cuando se hace una investigación más profunda de las calidades de ambos procesos y de sus productos finales. Descubrimos entonces cómo la ciencia moderna resalta ciertas cualidades con exclusión de otras y cómo la adopción ciega de sus procedimientos puede llevarnos a hacer énfasis en los valores erróneos. El azúcar blanca es peligrosa para la salud por diversas razones largo tiempo ensayadas y probadas. Los procesos orgánicos implicados en el metabolismo del azúcar blanca terminan trastornando la salud del consumidor. Adicionalmente, el cuerpo humano no tiene requerimiento fisiológico del azúcar blanca como tal. Se reconoce que el azúcar blanca es, finalmente, nada más que calorías vacías. El gur, por otro lado, es un alimento. No contiene azúcar meramente, sino hierro e importantes vitaminas y minerales.
Así, si los dos azúcares fueran comparados en todos sus aspectos, el gur haría una contribución positiva al bienestar humano, mientras que el azúcar blanca no. Esto, sin embargo, no es aparente en cualquier mera comparación de los procesos de producción que producen azúcar blanca y gur, y en cualquier caso el criterio de esta comparación reside solo en el terreno particular y sesgado de la visión de la ciencia moderna de lo que constituye una conversión eficiente de la energía. La tecnología para la producción del azúcar blanca simplemente se asume como más eficiente que la tecnología utilizada en la producción de gur. Además, el mérito de producir una mercancía que es dañina a la salud humana y que también daña el ambiente (calor residual y efluentes) no es parte del debate de la eficiencia [4].
No obstante, simbólica de la nueva condición otorgada a la ciencia moderna por las élites dominantes del Tercer Mundo fue una conferencia internacional sobre El Papel de la Ciencia en el Avance de los Nuevos Estados realizada en Agosto de 1960 en Israel. En esa conferencia, S. E. Imoke,
Ministro de Finanzas de Nigeria del Este, dijo a su audiencia:
“No les pedimos la luna ni queremos todavía un viaje allá con vosotros. Todo lo que buscamos es vuestra guía, asistencia y cooperación en nuestros esfuerzos por recoger los tesoros de nuestras tierras, de manera que podamos levantarnos del nivel de subsistencia a una vida más abundante.” [5]
La Reforma de la Sociedad
El vigor por hacer avanzar la gran industria en Occidente fue aparejado por un proyecto igualmente potente para reorganizar la sociedad de forma científica (i. e. eficiente). Auguste Comte trazó el diseño general. Su visión de aplicar los principios de la racionalidad, el empiricismo y la ilustración a la sociedad humana en todos los detalles ha tenido ya una penetrante influencia en las sociedades denominadas avanzadas.
Una visión comteana aproximadamente similar recibió un nuevo impulso con la independencia política de las naciones del Tercer Mundo. Aquí se confió a la ciencia (el instrumento arquetípico) el papel clave de prometer condiciones de bienestar material inéditas a los así llamados pobres del planeta.
El ejemplo más conocido de esta ingenua visión del mundo fue Jawaharlal Nehru, el primer Primer Ministro de India libre. Ningún líder del Tercer Mundo estaba tan enamorado del encanto y de la promesa asociada con la ciencia moderna como Nehru. Para él, desarrollo y ciencia eran sinónimos. La visión comteana original está completamente revelada en la insistencia de Nehru en el espíritu científico como un sine qua non del progreso material. De acuerdo con él (en su Descubrimiento de India), era la ciencia y sólo la ciencia la que “podía resolver los problemas del hambre y la pobreza, de la insalubridad y del analfabetismo, de la superstición y de la costumbre y tradición incapacitantes, de los vastos recursos desperdiciados, de un país rico habitado por gente hambrienta.”
Esta alarmante ingenuidad fue trasmitida por él a los principales burócratas del país. India adoptó una resolución de política científica en marzo de 1958, que decía en parte:
“El rasgo dominante del mundo contemporáneo es el intenso cultivo de la ciencia en gran escala y su aplicación para atender los requerimientos de un país. Es esto lo que, por primera vez en la historia humana, ha dado al hombre común en países avanzados en ciencia, un nivel de vida y beneficios sociales y culturales, que estaban restringidos antes a una minoría privilegiada muy pequeña de la población. La ciencia ha llevado al crecimiento y a la difusión de la cultura en una medida nunca antes posible. No sólo ha alterado radicalmente el ambiente material del hombre, sino que lo que es aún de significado más profundo, ha proporcionado nuevos instrumentos de pensamiento y ha ampliado el horizonte mental del hombre. Ha influido así en los valores básicos de la vida y dado a la civilización una nueva vitalidad y un nuevo dinamismo.
La ciencia y la tecnología pueden compensar las deficiencias en materias primas proporcionando sustitutos o, de hecho, brindando capacidades que pueden exportarse a cambio de materias primas. Al industrializar un país, se debe pagar un alto precio en la importación de ciencia y tecnología en la forma de planta y maquinaria, personal altamente remunerado y consultores técnicos. Un desarrollo temprano y grande de la ciencia y la tecnología en el país podría por tanto reducir mucho el drenaje de capital durante el estadio temprano y crítico de la industrialización.
La ciencia se ha desarrollado a un ritmo creciente desde el inicio del siglo de manera que la brecha entre los países avanzados y los atrasados se ha ampliado más y más. Es sólo adoptando las medidas más vigorosas y haciendo nuestro máximo esfuerzo en el desarrollo de la ciencia que podemos salvar la brecha. Es una obligación inherente de un buen país como India, con su tradición de erudición y pensamiento original y su gran herencia cultural, participar plenamente en la marcha de la ciencia, que es hoy probablemente la mayor empresa de la humanidad.” [6]
Del mismo modo, los autores del Primer Plan Quinquenal del país notaban:
“En la economía planificada de un país, la ciencia debe necesariamente jugar un papel especialmente importante… La planificación es la ciencia en acción y el método científico significa planificación.”
Estas grandes “verdades obvias”, sin embargo, no parecieron tan obvias a mucha gente común en el Tercer Mundo, particularmente a los tribales, a los campesinos y otros aún no convertidos al paradigma occidental. En efecto, si los beneficios de la ciencia moderna no fueran inmediatamente obvios para ellos, tampoco les parecería que el desarrollo simboliza una manera mejor de hacer tareas rutinarias. Por el contrario, el desarrollo pareció más un juego con trampa a la gente común. A estos observadores en perspectiva, demandaba en realidad mayores sacrificios, más trabajo y más trabajo aburrido, a cambio de una vida menos segura. Requería el abandono de la subsistencia (y su autonomía asociada) a cambio de la dependencia y la inseguridad de la esclavitud del salario.
Abandonado a su albedrío, el desarrollo habría hecho poco progreso en el planeta. Que eventualmente se puso en marcha se debió puramente al poder coactivo de los nuevos estados nación que ahora asumieron, en adición a su anterior función de control, una función de conducción. Cada estado nación entró voluntariamente a forzar el desarrollo, a menudo con la asistencia de la policía y de los magistrados. Si sus ciudadanos eran tan ignorantes que eran incapaces de reconocer por sí mismos los “beneficios del desarrollo”, los nuevos estados no tendrían otra opción que ‘forzarlos a ser libres’.
El desarrollo se hizo coerción: reubicaciones forzadas a aldeas ujamaa, cooperativas compulsivas y la anexión de la gente en nuevas formas de organización “para su propio bien”. Said Abel Alier, Presidente de la Región Meridional de Sudán, durante una discusión en la Asamblea del controvertido Canal Jonglei: “Si tenemos que conducir a nuestra gente con bastones, lo hacemos por su bien y el bien de aquellos que vendrán después de nosotros” [7]. El estado moderno no entiende, mucho menos acepta, el derecho de la gente a no ser desarrollado.
Debemos reconocer que el compromiso del estado con el desarrollo se originó de su compromiso paralelo con la ciencia moderna. La ciencia era una elección ideal porque reclamaba ser capaz de rehacer la realidad. Redefinía e inventaba conceptos y leyes, y de esa forma, rehacía la realidad también. Fabricaba nuevas teorías sobre la forma en que la naturaleza funcionaba, o más importante aún, sobre la forma en que debía funcionar.
Ni la gente ni la naturaleza se han salvado de ser víctimas de un desarrollismo alimentado por la ciencia e impulsado por el estado. Hoy, rehacer la naturaleza se ha convertido en la preocupación principal de la ecología oficial. Una ilustración clásica proviene del enfoque de los científicos a lo que se denomina desarrollo forestal. Los silvicultores son incapaces de recrear bosques naturales. Pero eso no les preocupa. En vez de eso redefinen los bosques como plantaciones y hacen monocultivos con la etiqueta de silvicultura científica. La naturaleza es, de esta manera, reemplazada por un sustituto espurio. En realidad, la forestación ideada por la ciencia moderna se convierte en la desforestación de la naturaleza.
El estado reclama su derecho a “desarrollar” a la gente y a la naturaleza sobre la base de una visión del progreso establecida en planos proporcionados por la ciencia moderna, en sí un producto cultural de occidente. La gente no tiene otro papel que ser espectadores o engranajes en esta ‘gran aventura’. A cambio, ellos, o algunos de ellos por lo menos, son privilegiados para consumir las maravillas tecnológicas que resultan de la impetuosa unión del desarrollo y la ciencia. En los ojos de un estado protector, esta es una compensación adecuada por el abandono de sus derechos naturales. En cuanto a aquellos que no pueden o no van a participar, deben perder sus derechos. Pueden ser desplazados de la disputa de los recursos, transfirién-dolos a la gran industria.
Un Ribete Totalitario
La idea democrática continúa siendo el único elemento potencial disponible para contrarrestar estas opresiones gemelas de la modernidad porque las democracias están basadas en el principio de los derechos humanos fundamentales. Volvamos ahora a la forma en que este potencial para controlar al totalitarismo de la modernidad, fue efectivamente socavado.
Hemos indagado las relaciones congénitas entre la ciencia moderna y el desarrollo y el sesgo implícito que la ciencia tenía contra la naturaleza y la producción artesanal. Hemos discutido también cómo los nuevos estados nación, profundamente comprometidos con el desarrollo, encontraron en esta ciencia un instrumento atrayente para su proyecto de rehacer a los pueblos a la imagen y semejanza de lo que creían que era una forma avanzada de ser humano.
Ambas características de la relación ciencia moderna/estado moderno socavan indirectamente los derechos naturales del hombre. En el primer caso, la ciencia rechazó todos los procesos existentes en la naturaleza y la técnica tradicional como inferiores o de valor marginal, permitiendo a la gran industria (capitalista o estatista) sustituir los planos proporcionados por la ciencia. Aún así en la historia humana, por lo menos hasta las revoluciones científica e industrial, el conocimiento técnico necesario para la supervivencia había, en su mayoría, continuado siendo no centralizado y radicalmente disperso.
Literalmente existían millones de artes y tecnologías – todas utilizando una gran variedad de conocimiento acumulado y produciendo un enorme quantum de bienes, ideas y símbolos culturales provenientes de la rica diversidad de la experiencia humana y basada principalmente en la explotación de procesos a temperaturas ambientales. En muchas formas, esta diversidad técnica de la especie humana iba a la par de la diversidad genética de la naturaleza misma.
En el segundo caso, la mera concepción de lo que constituye la normalidad humana fue redefinida. La gente perdió el derecho de reclamar que podía funcionar como seres humanos competentes a menos que fuera sometida al adoctrinamiento requerido por la modernidad. Se asumía a priori que eran deficientes como seres humanos y debían ser rehechos. Como nota la resolución de política científica citada antes: “Los ingentes recursos humanos de India pueden sólo convertirse en una ventaja en el mundo moderno cuando sean entrenados o educados.” Si en el proceso emergían como pálidas caricaturas de seres humanos en el contexto de culturas más poderosas, no había de qué preocuparse. La ciencia y sus expertos decidirían cómo debían criarse, entrenarse y entretenerse, los seres humanos y lo que debían consumir.
Esto no es demasiado difícil de lograr para la ciencia moderna ya que reclama estar asociada no solo con una mayor eficiencia, sino con tener un poder explicativo mayor. Lo que es más, reclama que su poder explicativo es superior a cualquiera alcanzado en cualquier momento del pasado, porque solo ella es imparcial, y por tanto, objetiva. La objetividad fue también fácil de asociar con la equidad y la democracia, ya que la neutralidad beneficiaba a todos. (Los sesgos de las formas monárquicas de administración, por ejemplo, eran notorios.) La ciencia moderna, por tanto, parecía idealmente adecuada a las democracias modernas.
Por implicación, todo lo “no científico” se devaluaba como subjetivo y arbitrario, de valor marginal y difícilmente podía ser el fundamento de la política pública.
La así denominada revolución científica del siglo diecisiete constituyó una divisoria de aguas en el pensamiento sobre el pensamiento. La revolución fue exitosa en la insinuación de un consenso general que, por primera vez en la historia humana, los seres humanos habían logrado desentrañar un método para lograr un conocimiento tan cierto como el conocimiento que anteriormente era sólo disponible por vía de la escritura revelada. Esta técnica de adquisición de conocimiento era tan confiable que el conocimiento adquirido de esta forma era para todos fines prácticos no negociable. Este reclamo entraría pronto en conflicto con los derechos naturales del hombre.
El conocimiento indisputable que la ciencia presumía ofrecer fue mantenida fuera de la arena de la política; en ninguna forma era consecuencia de negociación o elección. En realidad, no se estaba más en libertad de elegir al conocimiento científico como una opción entre otros sistemas de conocimiento. El conocimiento científico era un dato. Nadie era más libre de rechazar sus declaraciones, como uno era libre (y aún estimulado) a rechazar las declaraciones de la religión o el arte. El individuo que se negaba a aceptar la visión científica básica del mundo se arriesgaba a ser considerado no meramente ignorante, sino oscurantista, delincuente o irracional.
Dos puntos importantes aquí. El primero, seres falibles, equipados con un instrumento igualmente falible, la razón, estaban ahora apostando a un método infalible de generación y certificación del conocimiento. El segundo punto, la racionalidad misma estaba siendo reducida a nada más que una racionalidad científica estrecha y sesgada, que tiene poco que ver con la forma en que la mente humana piensa realmente, aunque mucho que ver con la forma en que alguna gente piensa que la mente debería pensar.
Tenemos que reconocer que, en su búsqueda del poder, la ciencia occidental moderna difícilmente podía darse el lujo de ser tímida sobre la naturaleza de sus reclamos. Estaba compelida por sus propias premisas a concentrar y arbitrar todas las epistemes, y de pretender hacerlo impersonal- mente. A medida que aumentó la necesidad de certificación, la ciencia moderna se hizo menos democrática y el acceso al conocimiento se hizo, a su vez, un asunto de privilegio y entrenamiento especial. El lego era ahora visto como un receptáculo vacío que debía llenarse con los contenidos de la ciencia. Tenía que renunciar a su propio conocimiento y a sus derechos de conocimiento.
Hay otra curiosa paradoja aquí. La razón científica operaba con una lógica que era supuestamente independiente de factores o caprichos personales. Apuntaba a la formulación de leyes que existían independientemente de las personas. Aún así sus certificadores eran personas, a menudo personas que tenían intereses creados en el poder de la ciencia y que eran dependientes de ella para su subsistencia. Individuos falibles explotaban así el prestigio asociado con su disciplina para ganar una porción del poder político. El voto fue subrepticiamente reemplazado, crecientemente por el nuevo sacerdocio científico adoctrinado por sus supuestos compartidos.
Esto era, por supuesto, diametralmente opuesto al funcionamiento democrático en el que los derechos son únicos y universales y pertenecen a individuos principalmente porque son miembros de la especie. Esos derechos incluyen el derecho a reclamar el verdadero conocimiento y el derecho de rechazar el conocimiento impersonal. Un derecho que, en otras palabras, incluye el poder de certificar el conocimiento. Bajo la nueva tiranía de la ciencia moderna, dichos derechos fueron primero asaltados, luego extinguidos y la gente común no fue más considerada como capaz de proporcionar u obtener, por el fruto de su propia actividad, conocimiento verdadero y cierto del mundo. Este derecho político fue retirado de toda la gente que caía dentro del ámbito de la dictadura de la ciencia. De hecho, para las clases dominantes que sentían que los derechos humanos habían sido democratizados demasiado pronto, o innecesariamente, la ciencia proporcionaba ahora un instrumento por el cual ellos podían recuperar con una mano lo que habían anteriormente sido obligados a dar con la otra.
De esta manera, la planificación, la ciencia y la tecnología -la tecnocracia- se transformaron en el principal medio para usurpar los derechos de la gente a los dominios del conocimiento y de la producción, para echar al olvido el derecho de la gente a crear conocimiento y para disminuir su derecho a intervenir en materias de interés público o aquellas que afectan su propia subsistencia y supervivencia.
La no negociabilidad de la ciencia moderna, la muy mentada objetividad del conocimiento científico, la aparente neutralidad de su información, todas ellas parecen rasgos positivos a la mayoría de los hombres razonables y educados de diferentes religiones, valores y naciones. La racionalidad, el espíritu científico y la educación moderna parecen ventajas indisputables y necesarias para la vida humana.
Sin embargo, mientras la ciencia misma avanzaba su conocimiento por la discrepancia, por el choque de hipótesis, sumariamente rechazaba la discrepancia de fuera del imperio científico concerniente a su contenido o sus métodos o su modo de racionalidad. La no negociabilidad de los supuestos, métodos y conocimiento científicos se convirtieron en un poderoso mito esmeradamente construido a lo largo de varios siglos, alimentado por una fingida ignorancia entre sus propagandistas sobre la forma en que había sido realmente negociado su ascenso y su posición aparentemente inatacable.
El conocimiento científico – visto como por sobre las emociones, las castas, la comunidad, el lenguaje, la religión, y como transnacional – se convirtió en el instrumento preferido y principal para la transformación no sólo sobre el interés de todos, sino más importante, en exigible a todos. En realidad, nunca existió tanto acuerdo entre los intelectuales de tantas naciones, sean liberales, comunistas, reaccionarios, ghandianos, conservadores, o aún revolucionarios: todos sucumbieron a la tentación totalitaria de la ciencia.
Lo que hemos dicho sobre la relación de poder de la ciencia moderna con otras epistemologías es también cierto de lo que resultó de su relación con la técnica. El desarrollo basado en ella vino a constituir un poder dinámico (activamente colonizador), dedicado a comprometer las posibilidades de supervivencia y los refugios de masas mayores y mayores de gente. De un modo general, halló competitivo el conocimiento de la gente y, en consecuencia, ofensivo. Y ya que mantenía una actitud desdeñosa a la ciencia local, también trataba con escaso respeto los derechos de la gente a usar los recursos a su propia manera.
Lo más importante es que el interés del estado moderno en ese desarrollo debía mucho a la constante búsqueda de éste de vías y medios de comprometer, erosionar, y a menudo severamente disminuir, la autonomía personal y la creatividad y la libertad política que la acompañaba. En una democracia, la gente puede gobernarse por sí misma, pero difícilmente puede hacerlo si sus gobiernos están intentando seriamente, al mismo tiempo, ver si ellos pueden ser exitosamente manejados y transformados.
Una vez que los derechos epistemológicos de la gente común son devaluados, el estado puede proceder a utilizar criterios supuestamente científicos para suplantar esos derechos con percepciones y necesidades oficialmente patrocinadas y definidas.
La propaganda de la ciencia de que sólo ella proporcionaba una descripción válida de la naturaleza fue transformada en una vara con la cual castigar descripciones transcientíficas o folk científicas de la naturaleza. Los diversos ‘movimientos de ciencia popular’ en India tomaron este trabajo muy seriamente, funcionando como un establecimiento no oficial, intentando valientemente reemplazar la ciencia del brujo o tantrik de la aldea con el barbarismo del tratamiento del electrochoque o de las lobotomías frontales de la ciencia moderna.
Esta expansión del dominio de la epistemología científica involucró la más sostenida privación de los derechos epistemológicos de otros. Estando la política estatal comprometida con esta única epistemología en forma exclusiva, abusaba o ignoraba las otras. En la medicina, para tomar sólo un ejemplo, el sesgo ejercido contra los sistemas indios de curación en favor de la alopatía importada requiere poca documentación.
Todos los imperios son intolerantes y crían violencia. La arrogancia de la ciencia sobre su epistemología la llevó a reemplazar activamente a las alternativas con la suya, imponiendo a la naturaleza procesos nuevos y artificiales. Naturalmente, el ejercicio provocó la violencia endémica y sin fin y el sufrimiento en la medida en que las percepciones de la ciencia moderna se impusieron torpe e inadecuadamente sobre sistemas naturales. De esta manera, así como los europeos eliminaron millones de indígenas de Norte y Sur América y otras poblaciones nativas en otros lugares para hacer lugar a los suyos y así como su medicina erradicó otras medicinas y sus semillas desplazaron otras semillas, de la misma forma su proyecto de conocimiento denominado ciencia moderna intentó ridiculizar y borrar todas las otras formas de ver, hacer y tener.
El conocimiento es poder, pero el poder es también conocimiento. De esta manera la ciencia moderna, realmente intenta suprimir aún las formas no competitivas, pero diferentes de actuar recíprocamente con el hombre, la naturaleza y el cosmos. Guerreó para vaciar el planeta de todas las corrientes divergentes de episteme para afirmar la hegemonía incontestada de su propio bagaje de reglas y conjunto de percepciones, éstas claramente ligadas con las presiones agresivas de la ciencia occidental.
Es una ilusión pensar que la ciencia moderna expandió las posibilidades del conocimiento real. En realidad, hizo escaso el conocimiento. Extendió en exceso ciertas fronteras, eliminando o bloqueando otras. De esta manera, realmente estrechó las posibilidades de enriquecer el conocimiento disponible a la experiencia humana. Pareció generar una explosión fenomenal de la información. Pero la información es información, no conocimiento. Lo más que se puede decir de la información es que es conocimiento en forma degradada, distorsionada. La ciencia debería haber sido entendida críticamente no como un instrumento para expandir el conocimiento, sino para colonizar y controlar la dirección del conocimiento y, en consecuencia, el comportamiento humano, dentro de un sendero recto y estrecho que conduce al diseño del proyecto.
¿Es la derrota, entonces, total? No. El planeta no ha sucumbido a la apropiación por la ciencia moderna en todas partes. De hecho los símbolos externos de la ciencia – agronegocios, alimentos, reactores nucleares, represas gigantescas – están encontrando rebelión a lo ancho del planeta. Y si aquellos que han probado los frutos vacíos de la ciencia moderna están desilusionados con ellos, otros se han negado a probarlos del todo. Millones de campesinos, por ejemplo, rechazan las variedades modernas de arroz manufacturadas por los centros de investigación de cereales controlados por los agronegocios. Ciudadanos de todo el planeta están rechazando la medicina alopática moderna en diversos grados. Millones de gentes comunes rechazan la idea de vivir de acuerdo a los valores distorsionantes (y distorsionados) asociados con la ciencia moderna.
En un país como India, 40 años de patrocinio estatal de la ciencia y todos sus trabajos no han sido capaces de reforzar su declinante reputación. En 1976, la finada Primera Ministra, Sra. Indira Gandhi hizo de la propagación del espíritu científico uno de los deberes fundamentales de los ciudadanos indios y enmendó la Constitución de acuerdo con ello. A pesar de esto, hay un sentido aún mayor de crisis en la comunidad científica india, que se encuentra cada década más y más fuera de tono con las principales preocupaciones de la sociedad india.
Este sentido de fracaso ha lisiado irreversiblemente mucho del empuje por poner a India la camisa de fuerza preparada para ella por el proyecto de la ciencia moderna. La gente en sociedades no occidentales simplemente no sólo no coopera con sus principales designios, indica que no les importa un rábano, Occidente y sus creaciones.
En muchas áreas, la no cooperación se ha tornado agresiva. La gente, grupos, aldeas, han rechazado abiertamente el desarrollo modernizante y han insistido tercamente en mantener sus formas de vida, sus relaciones ambientales con la naturaleza y las artes de la subsistencia. La revuelta contra el desarrollo está destinada a ser en otro nivel una revuelta contra la ciencia moderna y la violencia que simboliza. Esta fue la idea de Mahatma Gandhi. Eventualmente se convertirá en la idea de aquellos interesados en proteger los derechos naturales del hombre y de la naturaleza en todas partes.
Claude Alvares es un escritor y periodista investigador independiente en India. Sus numerosos informes sobre los errores crasos del desarrollo, desde la construcción de represas hasta el negocio de semillas, le han atraído una amplia reputación. Desconfía profundamente de la industria moderna del conocimiento, en particular su vinculación con el estado. Ha publicado en 1991 Science, Development and Violence (Ciencia, Desarrollo y Violencia) en la Oxford University Press de Nueva Delhi y Decolonizing History : History and Culture in India, China and the West (Descolonizando la Historia : Historia y Cultura en India, China y Occidente), en Apex Press de Nueva York y Zed Books de Londres. Vive en Goa.
Bibliografía
El enérgico ataque del Mahatma Gandhi al reclamo de la ciencia moderna a la verdad en M. K. Gandhi, ‘Hind Swaraj’ en Collected Works of Mahatma Gandhi (Obras Completas del Mahatma Gandhi) ha sido importantísimo para mí. Unas pocas décadas después, un espíritu afín, Lewis Mumford, examinó tendencias similares y señaló la violencia inherente en la ciencia en L. Mumford, ‘Reflections’ en My Works and Days (Mis Obras y Tiempos), Nueva York: Harcourt B. Jovanovich, 1979, y, por supuesto, en su The Myth of the Machine (El Mito de la Máquina), Nueva York: Harcourt B. Jovanovich, 1964. Entre las indagaciones más recientes de las limitaciones epistemológicas de la ciencia, véase por ejemplo P. Feyerabend, Against Method: Outline of an Anarchist Theory of Knowledge (Contra el Método : Bosquejo de una Teoría Anarquista del Conocimiento), Londres: Verso, 1975, o K. Hübner, Critique of Scientific Reason (Crítica de la Razón Científica), Chicago: University of Chicago Press, 1985. Vale la pena consultar también L. Fleck, Genesis and Development of a Scientific Fact (Génesis y Desarrollo de un Hecho Científico), Chicago: University of Chicago Pess, 1979, un ensayo temprano (escrito en 1936) sobre la ciencia como construcción social.
El vínculo vicioso entre la ciencia y el desarrollo ha sido explorado en A. Nandy (ed.) Science, Hegemony and Violence: A Requiem for Modernity (Ciencia, Hegemonía y Violencia : Un Réquiem para la Modernidad), Nueva Delhi: Oxford University Press, 1988, y por mi en C. Alvares, Science, Development and Violence (Ciencia, Desarrollo y Violencia), Nueva Delhi: Oxford University Press (en prensa). Hallé muchas intuiciones en el trabajo seminal de C. V, Seshadri Development and Thermodynamics (Desarrollo y Termodinámica), Madras: Murugappa Chettiar Research Centre, 1986, y también J. P. S. Uberoi, Science and Culture (Ciencia y Cultura), Nueva Delhi: Oxford University Press, 1978. Para dos estudios de caso en India, véase D. Sharma, India ‘s Nuclear Estate (La Herencia Nuclear de India), Nueva Delhi, Lancers, 1983, y V. Shiva, The Violence of the Green Revolution: Ecological Degradation and Political Conflict in Punjab (La Violencia de la Revolución Verde : Degradación Ecológica y Conflicto Político en Punjab), Penang y Londres: Third World Network y Zed Books, 1991.
Han emergido estupendas críticas de la ciencia por dotados practicantes de la crianza de la vida. En el campo de la agricultura, está M. Fukuoka, The One Straw Revolution (La Revolución de la Ultima Gota), Hoshangabad: Friend’s Rural Centre, 1985, y en el campo de la salud M. Khotari y L. Mehta, Cancer: Myths and Realities (Cáncer : Mitos y Realidades), Londres: Boyars, 1979, y Death (Muerte), Londres: Boyars, 1986. I. Richards, Indigenous Agricultural Revolution: Ecology and Food Production in West Africa (Revolución Agrícola Autóctona : Ecología y Producción de Alimentos en el Oeste de Africa), Londres: Hutchinson, 1985, da testimonio de la adecuación del conocimiento indígena de los cultivos, mientras F. Apffel-Marglin, « La Viruela en Dos Sistemas de Conocimiento », en F. Apffel-Marglin, Bosque Sagrado, Lima : CAM-PRATEC, 1995, pp. 102-44, muestra la lógica cultural interna de una forma no científica de ver la viruela. Además, existe obviamente una larga historia de ciencia no occidental. Gracias al trabajo monumental de J. Needham y otros, Science and Civilization in China (Ciencia y Civilización en China), Vols. 1-7, Cambridge: Cambridge University Press, 1954, se dispone de un rico material sobre China, mientras que Dharmapal, Indian Science and Technology in the 18th Century (Ciencia y Tecnología India en el siglo XVIII), Nueva Delhi: Impex, 1971, resalta el patrimonio indio de conocimiento anterior a la colonización, S. Goonatilake, Aborted Discovery: Science and Creativity in the Third World (Descubrimiento Abortado : Ciencia y Creatividad en el Tercer Mundo), Londres: Zed Books, 1983, discute los intentos y dificultades en la redefinición de la ciencia desde una perspectiva no occidental.
Sin embargo, ningún trabajo académico puede ser tan imponente como la experiencia humana. Inmerso en la cosmología aldeana cotidiana, no pasó mucho tiempo para que la venda cayera de mis ojos. Si se intenta vivir próximo a los campesinos o en el seno de la naturaleza, la ciencia moderna es percibida en forma diferente: como viciosa, arrogante, políticamente poderosa, derrochadora, violenta, inconsciente de otras formas. La vida en Thane, una aldea al noreste del estado de Goa en la costa occidental de India y en los últimos seis años en Parra, una aldea costera más accesible, me proporcionaron una educación suficiente para ver a través de las nuevas ropas del emperador.
W. Sachs (editor), Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder, Pratec, Perú, 1996.
[1] Indian Science Policy Resolution, 1958, en W. Morehouse, Science in India (Ciencia en India), Bombay: Popular Prakashan, 1971, p. 138.
[2] C. V. Seshadri y V. Balaji, Towards a New Science of Agriculture (Hacia una Nueva Ciencia de la Agricultura), Madras, MCRC, sin fecha, p. 4.
[3] S. N. Nagarajan, comunicación personal al autor fechada 7 mayo 1990.
[4] Véase Claude Alvares, Science, Development and Violence (Ciencia, Desarrollo y Violencia), Nueva Delhi, Oxford University Press, en prensa, para una argumentación detallada.
[5] En Ruth Gruber (ed.) Science and the New Nations (La Ciencia y los Nuevos Estados), Londres, Andre Deutsch, 1963, p. 34.
[6] La Resolución de Política Científica completa puede encontrarse en Ward Morehouse, op. cit., pp. 138-40.
[7] Citado en E. Goldsmith y N. Hildyard, The Social and Environmental Effects of Large Dams (Los Efectos Sociales y Ambientales de las Grandes Represas), Wadebridge Ecological Centre, 1984, p. 8.